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miércoles, 2 de julio de 2014

Maras y sus salineras, Moray, Chenqoq y Urubamba


Este fin de semana hemos hecho una buena ruta andina, con caminata incluida. Esta vez nos ha acompañado Marine, una chica francesa y muy aventurera que está realizando su proyecto universitario con Chacra Escuela.


El sábado nos levantamos relativamente prontito para dirigirnos al paradero de bus de BelemPampa. Allí cogimos uno dirección Urumbamba, vía Chinchero (es bastante más rápido que pasando por Pisaq) que nos costó 7 soles por persona. El trayecto fue agradable aunque el bus olía un poquito a humanidad. Le dijimos al conductor que queríamos bajar en la intersección con Maras (nuestro primer destino). Es importante avisar al conductor o a su acompañante de donde queremos bajar si no queremos acabar en un destino que no nos interesa.








Por fin, al cabo de una hora aprox. llegamos al cruce que nos iba a llevar a Maras. Allí nos esperaban algunos taxistas y combis que nos ofrecieron sus servicios. Tuvimos mucha suerte con el conductor que nos tocó. Primero nos llevó al pueblo ya que queríamos buscar un hostal donde hospedarnos. En Maras solamente hay un hospedaje (parece ser que hay otro pero es más caro y normalmente ya está reservado por agencias de turismo), y se llama Tika Wasi. Se encuentra muy cerca de la Plaza del pueblo y el coste por cama y noche es de 20 soles por persona. Es una casa típica, con balconada interior que da a las habitaciones, y está regentado por la seño Petrona, amable mujer y excelente cocinera.¡Ah! y su cariñosísima gata Margarita, quien esa noche durmió con Javi para darle calor gatuno y amor.




Dejamos las mochilas y pactamos con el conductor hacer una ruta turística. Ésta nos salió más económica porque compartimos viaje con un matrimonio limeño que también estaba haciendo turismo. Pues bien, Eliseo, que así se llama el conductor (podéis preguntar por el en el pueblo), nos llevó primero hasta los restos arqueológicos de Moray, a unos 20 minutos en carro. Nos dejó 40 minutos para explorar el lugar.

                







Moray se compone de 4 muyus (círculo en quechua) o terrazas concéntricas, por lo que se cree que se trata de un centro de agricultura experimental. Cada andén tenía una temperatura distinta siendo los más profundos o bajos los que contaban con más altas temperaturas. Dado que tenían diferentes microclimas, los incas utilizaban estas terrazas para hacer pruebas con los cultivos, era como una especie de invernadero y luego trasladaban el producto a otros lugares para que se acabaran de desarrollar.




Hablando con Eliseo, descubrimos que a parte de conductor era antropólogo. Nos explicó que a parte de la función agrícola el lugar también tenía un significado simbólico. Y es que los dos muyus principales forman una especie de testículos y cuentan con un trozo de tierra en medio que se asemeja a un pene. Esta forma, que imita los genitales masculinos, tiene delante una especie de explanada en forma de útero. También hay otro muyu detrás que se interpreta como un óvulo. Es decir, se trataba de un lugar fértil y representa la dualidad hombre-mujer. Y según Eliseo, era un centro de experimentación biogenética.



Después de esta interesante exposición, regresamos a Maras para almorzar. Comimos en el mismo hospedaje, una sopa y un rico pollo saltado casero. Nos costó 6 soles (no llega a 1,5 euros) y nos preparamos para la excursión de la tarde. El destino final era ir a las salineras pero antes Eliseo nos llevó a ver unos almacenes incas poco turísticos. El lugar se encuentra a 10 minutos en carro de Maras y la entrada es gratuita. Se trata de Cheqoq.


Después de subir una escalinata, Eliseo nos explicó que aquel lugar era un almacén inca compuesto por diversos "establos" o construcciones rectangulares que albergaban en su interior enormes vasijas de fango o colcas. Tenían dos agujeros (uno arriba y otro abajo) y en su interior se guardaba maíz o las semillas de la cosecha que hubieran obtenido. Dado que las montañas de delante estaban nevadas (en aquellos tiempos desde la parte baja de la montaña hasta su cima) el aire que corría por esos lares era helado. Ese aire entraba en las vasijas y en su interior provocaban unas corrientes que mantenían la cosecha refrigerada durante años, como una nevera natural.


Después de ver esta curiosa arquitectura inca nos dirigimos al último punto del trayecto: las salineras. Realmente espectaculares. Un enorme valle lleno de salinas, todo teñido de blanco. Dentro del recinto, nos pudimos pasear entre los diferentes bancales de sal, hacer alguna que otra compra y disfrutar del silencio. La sal se consigue dado que el agua de esa zona es muy rica en minerales. Este agua se posa en las diferentes balsas o piscinas y cuando el sol evapora el agua, queda la sal.


 



Pus bien toda esta ruta por 25 soles cada uno, con explicación antropológica incluída. ¿Qué os parece?

Al día siguiente decidimos caminar un poquito, y la casera nos recomendó ir andando hasta Pichingoto pasando por las salineras. El camino fue todo en bajada (menos mal) y pudiendo contemplar los Andes nevados a cada paso. Una gozada. De vez en cuando nos íbamos cruzando con lugareños que acompañaban a sus burros cargados de paja o maiz o con algún jornalero de las salineras. Un camino realmente bonito e interesante. Llegamos a Pichingoto, un pueblo pequeñito y con pocos habitantes (al menos los que pudimos ver) y cruzamos el puente (¡¡como se movía!!) para llegar a la carretera principal y coger un bus haca Urumbamba.

 



Pero antes nos encontramos un camping-lodge donde nos tomamos un jugo de maracuyá estirados en unas hamacas, contemplando las montañas que teníamos en frente y disfrutando del relax y la satisfacción de haber caminado 11 km.









Finalmente cogimos el bus a Urumbamba (por el impresionante precio de 1 sol) y comimos en el pueblo. Dimos con un restaurante, que estaba lleno por cierto, y comimos una sopa y un pollo rebozado con papas por 5 soles. ¡Increíble! ¡Bueno, bonito y barato!

Y ya con la barriga llena y después de haber descansado un rato en un banco de la plaza del pueblo (con borracho y entierro incluídos) nos fuimos a coger el bus de vuelta a casa.


Otra vez, cansados pero contentos, nos llevamos experiencias, paisajes espléndidos y la gente (y gata) que hemos conocido por el camino.